Biografía de Juan Rulfo
Juan Rulfo (Juan Nepomuceno Carlos Pérez Vizcaíno Rulfo) nació en 1918 en Apulco (Jalisco) y murió en la Ciudad de México en 1986. La infancia del escritor, después de mudarse a San Gabriel, estuvo marcada por dramáticos acontecimientos históricos: la "Revolución mexicana" (1910-1920) y la "Guerra de los Cristeros" (1926-1928). Los únicos textos que Rulfo publicó fueron El llano en llamas (1953), Pedro Páramo (1955, reeditado en Italia en 2004, Einaudi) y El gallo de oro (1964), mientras que otras obras como La cordillera y El hijo del desconsuelo nunca llegaron a una versión definitiva. La decisión de publicar pocas obras no impidió que Rulfo se convirtiera en uno de los escritores más importantes del siglo XX.
Los cuentos contenidos en la versión definitiva de El llano en llamas consagran a Rulfo como un maestro del cuento por su intensidad y reticencia comunicativa. Los temas principales de la colección son el llano mexicano y el fuego revolucionario; Rulfo ya los presenta en el título a través de una incisiva combinación paronomástica (llano/llamas) que desgraciadamente no se puede traducir.
Además de la cuestión agraria y la revolución mexicana, como ya se ha dicho, el escritor jalisciense no se olvida de desarrollar temas como el amor, la fe, el odio, la muerte y la injusticia social. Todos estos temas se mezclan en el inconfundible estilo Rolfian, enrarecido y poético.
Los 17 relatos de El llano en llamas se basan en la esencialidad y la implosión. Las llanuras evocan los sentimientos humanos más profundos, pero a través de rápidas descripciones fotográficas (y Rulfo fue también un excelente fotógrafo) e intensas percepciones sensoriales, como se puede ver en el comienzo de la historia En la madrugada:
San Gabriel emerge de la niebla húmeda con el rocío. Las nubes de la noche han dormido sobre el pueblo buscando el calor de la gente. Ahora el sol está a punto de salir y la niebla se levanta lentamente, desenrollando su hoja. Las luces se apagaron. Entonces una mancha de tierra envolvió la ciudad, que continuó roncando un poco más, dormida en el calor del amanecer.
La personificación de San Gabriel es un ejemplo efectivo para mostrar el amor de Rulfo por su tierra. El texto es muy lírico al narrar el despertar de la niebla y las nubes que envuelven el pueblo y lo acunan en una especie de abrazo matutino. También revela la profunda unidad entre el hombre y la naturaleza que parecen pertenecer, en su sueño nocturno, a una sola sustancia.
A nivel estilístico, además de la personificación, Rulfo reproduce la marginalidad de su pueblo buscando la oralidad y el lenguaje coloquial de los mexicanos. Los diálogos/monólogos de sus personajes están llenos de mexicanismos en las áreas de la flora (amoles, garambuyos, huizapoles), la fauna (huitacoche, comejenes, zopilotes), la cocina (mezcal, bingarrote, melcocha) y los utensilios de la vida cotidiana (petate, comal, chirimía).
Los lexemas más cargados de significado afectivo son los relativos al conocimiento de las áridas e inhóspitas -pero maravillosamente reales- llanuras de México (tepetate, zacatal, paraneras, coamil).
Las tierras mexicanas son "tierras fronterizas", tierras de encuentro, sufrimiento, silencio y desesperación. El Jalisco de Rulfo es siempre demasiado árido o húmedo; cada héroe de Rulfo desafía diariamente una geografía liminal para afirmarse. La angustia de cada personaje es la de nacer en una tierra donde el maíz no crece porque la sequía lo impide, donde el país no avanza (o retrocede) porque la miseria humana y los crímenes primitivos lo reducen a un nivel extremo de degradación y soledad.
En Nos han dado la tierra, por ejemplo, el narrador describe la frustración de los campesinos ante la reforma agraria. Después de una larga peregrinación bajo el sol abrasador, los campesinos, desarmados y privados de sus caballos, descubren que la distribución de la tierra está completamente desequilibrada. Los campesinos obtienen el Llano Grande, el blanco terregal endurecido: Hectáreas de tierra estéril y desolada.
Mientras que la tierra buena estaba destinada a los que ya la poseían, ¡los más ricos! Esta amarga ironía se vuelve cada vez más picante cuando el delegado incluso finge aceptar protestas escritas. En realidad, nos enfrentamos al enésimo engaño porque todo ya está decidido: los campesinos no tienen más que desesperación.
La tierra es también un tema crucial en El llano en llamas, la historia que da título a toda la colección, donde surgen las atrocidades de cada guerra: Asesinatos, violencia, fugas, incendios. Las llamas de la revolución no son una metáfora para describir el ardor de los revolucionarios. El fuego carbonizó a los muertos y a los animales de los nativos, los campos de maíz y redujo a cenizas la esperanza de un cambio efectivo y duradero. La revolución se presenta en sus aspectos más sangrientos y al final sólo deja un rastro de resentimiento y pobreza extrema y arraigada. Bastaría con poseer un trozo de tierra fértil para llenar esta marginalidad geográfica y económica y devolver a los hombres la dignidad de la que han sido privados.
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